5/16/2010

Si te hallas tirado en la cama de un hospital nada hospitalario, con su luz blanquecina reflectando sobre tu cara de enfermo enervado, lo mejor que pueden entregarte tus familiares una tarde cualquiera son los libros de Marta Rivera de la Cruz, actúan como una sobredosis de epidefrina. De inmediato le levantan de la cama, te enganchan, no puedes parar de leerlos y la espera hasta que retorna de nuevo la salud, dura lo que se sostiene el chasquido de mi dedo. Si no puedes con el mundo porque te resulta un lugar de lo más inhóspito y hasta el coro de los niños angélicos se proponen con su canto darte la razón suicida, no lo dudes, tienes en los libros de Marta Rivera de la Cruz ese camino de luz empedrada que te lleva hasta el arcoíris y te transmuta en una Dorothy dorada a la que hasta la bruja mala del Oeste le cae como la bruja buena del norte, sin duda. Si te detiene la guardia civil y vas a pasar algunos años en la trena atribulado por la tribu, pídele a tu familia que te acerque a la prisión la novelística entera de Marta Rivera de la Cruz, que oficiará para ti como la lima lijante y jacarandosa que ocultaba la novia novicia en la tarta artera que cuela a la vez que no mira el carcelero, una puerta de libertad.

La primera vez que leí una novela de Marta Rivera de la Cruz, me empeñé en verla bajo la tenue luz del arquetipo de Pigmalión. Esa muchacha rara de la ciudad de provincias, una ciudad que tiene su ánima en la tierra de mis ancestros, que puede más de lo que tiene y que encuentra a su viejo/joven moldeador de almas desencantado y falto de ánimo, que la conducirá a la felicidad de los tipos unidiversitarios platónicos. Y puede que una tal lectura pudiera acomodarse a lo publicado por nuestra autora. Sin embargo, tras diversas decostrucciones kunderianas, buscando la complejidad de las novelas que proponemos, descubrimos algo novedoso, y que funciona a nivel del inconsciente colectivo. Se trata de la reconstrucción recíproca del ánima del hombre por la mujer y del ánimo de la mujer por el hombre, pero, y aquí hallamos el quid novedoso, intermediado por la presencia del altruismo bondadoso de la eternidad.

Es lo que ocurre en Hotel Almirante, la aparición de una joven muerta, oficia como el desencadenante de la aparición de un joven al que le han robado literalmente la ánima y murió sin más, que nos lleva a la aparición de Juan Sebastián Arroyo, centro de la eternidad de Ribanova, y que desencadena todas las nuevas que vamos recomponiendo a continuación, a través de la librería de Soto o las hermanas Leal. Juan Sebastián Arroyo se presenta así como el Hermes alado, de pasos quijotescos, que deambula desenrollando los panegíricos de la memoria colectiva inconsciente. Lo más importante de la novela resultas ser, como no, las noticias, que se convierten historias, que componen el puzle de novela negra que recompone a la mujer muerta, a Aldao y a los Leal enfrentados, y a los últimos vástagos, que sí tienen otra oportunidad para el amor sobre la tierra.

En Linnus Daff, Juan Sebastián Arroyo es un ser angélico y nostálgico que se trasmuta en Linnus Daff, protagonista de la novela, y, desentrañando el ovillo de una Ariadna que fuma habanos, nos va conduciendo con el aroma de esos mismos habanos no vanos, hasta un final efectista por el caudaloso mar de las historias simuladas pero verdaderas, de amor pero de soledad. Y nuevamente las historias como noticias que se cuelan en la narración van moldeando la Historia.

En Que veinte años no es nada, todo lo expresado se ve con mayor claridad. Cósimo es escritor célebre pero vacío en el hoy, sin ánima; Luisa pretende todo pero no le alcanza hasta que no conoce el ánimo de Cósimo; y entremediándolo todo la presencia hermética de Hermes redivivo, es Juan Sebastián Arroyo, que va desenhebrando la verdad, la mentira, invitando y cumpliendo, pero también pisa el fangoso terreno de la trapallería, del Hades al Olimpo y al Hades de nuevo y a la tierra de los mortales, para conseguir unir las almas desorientadas de los personajes femenino y masculino, Luisa y Cósimo.

No varia nuestra apreciación en “En tiempos de prodigios”, donde una mujer Cecilia, que acaba de pasar por el doloroso trance de perder a su madre, va a descubrir a través de la nostalgia de un viejo eterno, trasunto del Hermes relatado en Ribanova, el valor del recuerdo, del amor, de la amistad, del honor. En este caso, la historia horizontal de Cecilia transcurre en Madrid y la vertical de Silvio, que desenvuelve de nuevo el hilo de Ariadna del nostálgico y angélico, Juan Sebastián Arroyo.

Su última novela La importancia de las cosas, sigue el mismo patrón constructivo, salvo que esta vez toda ella transcurre en Madrid. Los dos personajes masculino y femenino, Mario y Beatriz, se redescubren a sí mismos como seres reales a través del nuevo trasunto de Arroyo, Montalvo, que se suicida para eternizarse angélicamente y permite, a través de sus cosas sin importancia descubrir su importancia ideal.

La amistad, el honor, la verdad, la idealidad, la reconstrucción de todo este mapa de sentimientos en seres que pierden su ánima, que le falta el ánimus, son los temas que nos hilvanan a nosotros mismos en las historias de Marta Rivera de la Cruz.

No quiero olvidarme de mencionar que el lenguaje de Marta parece muy cercano, muy fácil de entender, pero que no es un lenguaje visual, que permita la lectura rápida, sino, un lenguaje auditivo. La palabra escrita de los libros de Marta Rivera de la Cruz exige la lectura en voz alta, incluso ante el espejo, para interaccionar con nosotros mismos. Y creo que ese es su sentido, que las novelas de nuestra autora sean más que expresivas, comunicativas de sensaciones, sentimientos, ocultaciones y revelaciones; que se conviertan en novelas interactivas. Por esta razón, se encuentran estas novelas más cercanas a la manera de hacer de la narrativa hispanoamericana o de un autor gallego olvidado Álvaro Cunqueiro, que de la actual novelística, más preocupada por generar pastiches para el consumo en el año, que verdadera literatura, de esa que el amigo Pedro de Paz denomina “del torrezno”.

3/21/2010


Itinerario Humano: Chiapas (cuaderno de viaje)


Fermín Heredero y su nuevo libro

El escritor de la ribera del Duero, Fermín Heredero, ha sorprendido a extraños, que no a propios, editando en Gran Vía, la editorial burgalesa, el libro de viajes, “Chiapas. Cuaderno de viaje”. Todos expectantes aguardábamos un nuevo poemario con esos de versos humanamente sorpresivos (quizá por ello subversivos), o algún nuevo libro de relatos de la nostalgia de pan y sol, o una novela con los mismos motivos antedichos, y se extrae de la manga, mago de la palabra más clara, un libro de viajes. No un libro de viajes de esos que marcan un itinerario y el autor va mostrando calles y escaparates, montes y escaparates, playas vírgenes y escaparates, y mucha sociedad del ocio en lugares exóticos. No un libro de esos de viajes que cualquiera puede escribir consultando internet, cuatro libros de costumbres y diez o doce fotos extrañas, que se encuentran en libros de exotismo.

Un viaje natural

“Chiapas. Cuaderno de viaje”, es un libro de desbordes, de la naturaleza de Chiapas y de las gentes que la pueblan. Un libro de viajes a la manera de Fermín Heredero, que siempre realiza una arqueología de sensitividad y se permite la humildad de dejarse llenar por lo otro, tanto lo otro objetivo, la naturaleza, como lo otro subjetivo, la gente, y alcanzar así esa experiencia de entreverarse que permite asumir lo distinto como propio.

Viajar y entreverarse

Esta consideración de la entreveración nos la notifica el autor desde la primera pagina, cuando el verde y azul se funden y crean (y esta es la palabra que emplea el autor) Chiapas. Con esta entreveración el autor va a narrar el viaje que realiza por Chiapas, tanto por el interior como por su costa. En ese instante, la sensitividad del viaje coincide o se hace palabra en la narración de las vivencias, las conservaciones. Muchas anécdotas salpican aquí y allá el libro y que van plasmando a los viajeros y a los lugareños pero a su vez se convierten en informaciones valiosísimas para quien quiera ponerse a su vez en marcha. En cada capítulo vemos al autor describiendo la naturaleza y a los personas humanas que pueblan esta naturaleza pero moviéndose, viajando, porque él es pasajero en esa naturaleza y pasajero con esas personas humanas. A su vez vemos lo cotidiano de alquilar un vehículo, por ejemplo, junto con las vicisitudes que esto provoca en aquellos lares, mientras ante nuestros ojos se van describiendo leyendas reescritas para que nos seduzcan.

Se entiende ahora quizá porque hemos elegido la palabra entreverar para describir el texto: el autor ha mezclado la naturaleza y las gentes de Chiapas introduciendo su propia alma entre las mismas, para que la empapen de los colores propios de cada uno de ellos, y curiosamente, no nace de ese entreveramiento el desorden, sino un orden distinto, un orden que siempre extraña pero que nos provoca una modificación de nuestras vivencias y nuestra sensitividad.

Leer y viajar: viajar leyendo

La lectura de “Chiapas. Cuaderno de viaje”, introduce al lector en esta entreveración, y nos encamina a esa mezcla de colores, de olores, de las sierras o de los mimos olores y sabores de los cultivos que miran al golfo. Un libro necesario para quien gusta de tener a la vista el resultado mismo del viaje, a veces sin moverse del sillón, porque el propio libro es el viaje. Quizá esto es el hallazgo de Fermín Heredero, proponer no la lectura de un libro de viajes sino el viaje mismo en un libro que transporta a quien lo lee a ese viaje.

Ruíz Ricardo, El hombre crepuscular, Ed. Devenir, Madrid, 2009

Ricardo Ruíz es escritor escorado coloquialmente a la poesía, a la crítica y se encuentra profundamente arraigado a lo que es la generación del 63, lo cual es decir mucho y suficiente. La generación de los nacidos en el 63 son la generación de la des – identidad, así los denominé; y la generación del abismo, también; o aquellos que nunca llegarán a nada, vivamente.

La generación de la des – identidad

Estos poetas del año 63 han nacido sin norte, sin mundo, como Ulises después de salir de Ítaca; de ahí, que sólo conozcan el mar y su horizonte y yerren por el mundo a la búsqueda perpetua de una Ítaca de la que ni siquiera tienen el recuerdo inconsciente pero que les pertenece. He ahí su des – identidad; sea así que busquen todos los abismos y no se decidan por ninguno; concluyan aquí, y, perdidos, nunca lleguen a nada. Quizá a un verso aislado.

Buscando desesperadamente a…

La literatura, pero la poesía en particular, les ha servido como territorio de búsqueda, les ha ayudado como mapa de orientación. Así, nuestro autor, se ha enfrentado a la nostalgia, a la propia piel y a la mismísima literatura, en sus anteriores poemarios, y ha tratado de que cada verso pudiera transmutarlo en un hallazgo para componer su propia carne, su brillante piel.

Poesía y cine

En su último libro, El hombre crepuscular, aúna a la una poesía y cine, el mejor lugar para el amor, y un nuevo territorio que se inaugura para esa búsqueda ampliativa de la identidad, que acabará, definitivamente, en el poema La Isla, territorio de abismos, donde el autor se atreve a lanzar su esperanza de felicidad, pero para más allá.

Lo primero que llama a la curiosidad en el poemario es el lenguaje, que se transforma prácticamente en planos cinematográficos, que, a pesar de servir para que detengan la vida en su instante, la deja fluir hacia la Isla, donde quizá o no, halle nuestro autor su felicidad.

La segunda curiosidad la hallamos cuando los poemas que leemos se entreveran con textos narrativos pero poéticos, diálogos muy cinematográficos, aforismos variados. Una mescolanza de identidades de géneros cinematográficos que nos dotarán si no de identidad sí de un guión.

Oclusión

En este libro, El hombre crepuscular, se dan cita metáforas fundamentales como pistoleros sanhe, metáforas que Ricardo se arranca a girones de su vida contenida, como cigarrillos bogart, y las dispone en los poemas; y alegorías de hombre que se condena a la des – identidad, por supuesto, para bien de un destino feliz, rodeado de abismos y botellas de güisqui bukoski.

Buen escenario para iniciar la reflexión.

3/31/2008

Errores y Horrores, Ediciones Baquiana, Miami, 2000; En el tiempo de los adioses, Ediciones Aglaya, Murcia, 2003; Poemas desde Church Street, Baquiana, Miami, 2006.




Traemos al escaparate de esta columna de crítica literaria, la obra poética de Maricel Mayor Marsán, poeta cubana, residente en Miami, desde donde esta dirigiendo la redacción de una revista que tiene vocación de hispanidad y unificación con la cultura americana: el español en el corazón del inglés americano, Baquiana.

Ahora nos importa la poesía de esta autora interesante e intencional, emocional, que aspira a recorrer la historia de los errores y de los adioses y tatuarla en la piel lectora para que comparta que el error se convierte en horror, y el adiós en “ajo en la herida”, como la propia Maricel escribe en el poema que titula “El adiós a la verdad”. Comparta el lector, decimos, porque la autora desea dejar huella de tanto destino como soplo de viento, de tanto mundo pulverizado entre los dedos, en la conciencia: que la conciencia es el elemento pleno de lo poético, el encumbramiento de la imaginación. Consigue Maricel co – implicar al lector en su envolvente palabra sin retórica, sin distanciamientos, donde se disuelve la prevención de la historia en la emocionalidad espontánea de lo cotidiano. Ya sea en el primer libro (la historia no era una sola/ eran muchas las historias), o en el segundo (Va por la ruta del silencio/ y no nos deja tan siquiera una pista)

La belleza de sus libros reside en la capacidad del verso de Maricel para co - implicar al lector, para envolverle sin retóricas ni artificios en la emocionalidad de un verso espontáneo. Co - implicar al lector tanto en la percepción de que el error del hombre es la división, la fronterización, el poner valladar al mundo, que resumiría, desde nuestro percepción, el primer libro, hasta desvelar a ese mismo lector que despedirse de los antiguos muros y fronteras es iniciar un nuevo mundo, en la manera de Cristo: el que pierde su vida gana su Vida, que resumiría el segundo libro que hemos presentado. Mensajes ambos que hoy en día pueden resultar a quien los oiga controvertidos, y en esta controvertidad consiste la originalidad de la poética de Maricel.

Controvertida, por la opción que toma en el primer libro, alinearse con el futuro. Cuando la intuición poética caminaría entre tanto error por un alineamiento en el nihilismo, Maricel alienta el futuro, como un soplo de ecos que vive entre todos y en tantos, nos muestra en su poema “El ser americano”.

Controvertida por la opción que demuestra en el segundo libro, frente a la continua ceremonia de adioses en la que el hombre conforma su entidad y excelencia, queda proponer el cristianismo, precisamente aquella frase de Cristo, sólo perdiendo se gana, un ganar virtual, que, de nuevo, es cristiano, ama al tú, que nos propone Maricel en su poema “El adiós que no quiero escuchar”.

Reside el interés de estos poemarios en escuchar el verso de Maricel, controvertido pero despojado de cualquier retórica, desde la sencillez de la palabra cotidiana, de la persona humana que reacciona espontáneamente ante el error y el adiós, ante el horror y la ineluctabilidad de la existencia.

Es agradable la lectura de estos poemarios que te embarcan en una manera distinta, diferente, de la forma poética, tan clónica en los diversos poemarios.

3/23/2008



López Navia, Santiago A., Sombras de la huella, Abadía Editores, 2006.


López Navia, fundador del grupo paréntesis, filólogo de formación y cervantino Quijotista de vocación, nos ofrece este libro poético, Sombras de la huella. Le conocemos como excelente director de extensión universitaria de la SEK, y como poeta que va construyendo su obra sin prisa pero sin pausa, presa de jugar con nosotros a la risa del verso erguido, para consolidarla dentro del panorama poético. Una obra que posee una escritura muy propia, llena de vínculos con la existencia, emparentada con el hombre de carne y hueso, y nos concierne.

Desde el mismo título, la sombra de huella, Santiago López Navia, nos acoge en su catarsis de creatividad. De una parte, la huella indica el rastro que nos llevará a lo que andamos buscando. Por otra parte, la sombra indica el reflejo de algo. Juntando ambos términos, que la huella que seguimos es sólo el reflejo de algo, no es huella original. La creatividad del autor nos conduce a desentendernos de la realidad para iniciar un juego de reflejos, a leer y conjugar con su guía, el resultado de ese juego de reflejos. El gozo de los sentidos es una perceptiva del reflejo. No en balde, este juego es el mismo del Quijote/Quijano/Sancho/Cervantes/Cide Hamete Benengeli. Un juego de reflejos de identidades. En la Primera parte ya gozamos de cinco poemas atribuidos a dos figuras “tristes y airadas”, poemas de ermitaño orante y desengaños existencialistas, pero cargados de esperanza y de ángeles erguidos “De Dios tuve lo que nadie da nunca/ lo que a todos les di, tan sin medida” o “Y firmo/ sin testigos/ cargado de esperanza pese a todo/ creyendo que la luz ha de llegarme/ más tarde o más temprano, que carajo,/aunque la sed de luz me ahogue ahora”.

La originalidad del autor, consiste en presentar estos juegos de reflejos a través de un lenguaje de marginalidades. La marginalidad primera del lenguaje de los ermitaños, aislados de sí, y que no dejan más huella que su propia oración como sombra. El lenguaje de quien se sabe fuera de sí y del mundo, en su mismísimo desengaño. A través del lenguaje cinematográfico, eligiendo personajes tan marginales como los de Río Bravo, prestos a morir al día siguiente o el de Christopher Lee, siempre Drácula, a sorber esa sangre que le convierta en otro; y otros actores, como el español Paul Naschy o ese esperpento de cara rocosa y ninguna cualidad interpretativa, Charles Bronson. Expresión característica de esta marginalidad es el poema navideño de Campanilla, y sus versos finales “Y es que soy muy pequeña, y sólo tengo/mis alas de cristal y un vuelo breve”.

Hay una intencionalidad doble en este poemario, ponernos ante una categoría como lo trágico, un ser humano desbordado por su marca, un destino adverso que debiera ponerle ante la huella de su impotencia; sin embargo, el tomarse esta tragedia a través de la risa, de su sombra nietzcheana, el placer que anida en la misma tragedia o su sombra, la sombra de la huella, la sombra del viajero, “Pero en el fondo/ detrás aún de este horizonte/ acaso muy detrás del fin de mí mismo/ está esperándome otro saco sin fondo de esperanzas/ y un kilómetro imborrable de huellas abiertas al tiempo”.

Y así, muy Nietzschanamente, muy Cervantinamente, López Navia nos dice que la belleza que buscamos en el mundo, en la lectura poética, no se encuentra en la luz ni el orden, sino que la Belleza esté en su sombra y en su huella, en la sombra y en la huella que el hombre realiza en el mundo “No creas que lo olvido/ yo ya sé/ que tú y yo somos el mundo”.

3/20/2008

Basallote Muñoz, Francisco, Libreta del caminante, Edita Consejería de Educación del Gobierno Andaluz, 2007.

Basallote Muñoz, Francisco, Calendario Manuscrito, Edita Ayuntamiento de Villanueva de la Cañada, Madrid 2007. Premio de poesía Encina de la Cañada 2007.

El poeta andaluz, de Vejer de la Frontera, sigue en su línea ascendente en la comprensión poética de la naturaleza, y nos ofrece los dos últimos trabajos en ese sentido, La libreta del caminante y el Calendario Manuscrito. Este último, se ha convertido además en el último premio de poesía que se entrega en Villanueva de la Cañada.

Francisco Basallote es una persona primordial, claro, sencillo y emocionante; y las tales características las refleja en su concepción de la poesía, cristalina. Los poemas de Basallote se construyen en un lenguaje elemental, fundamental e indispensable, esencial y primario, buscando transmitir los elementos paisajísticos que pinta. La poesía de Francisco Basallote, es pictórica, muy pictórica. Pinceladas construidas con una lengua viva y primordial, palabras posees el antiguo/ oficio de los ciclos”, para hacer evidente lo puro y palmario, casi palpable la naturaleza íntegra “en la claridad de la arena/ el silente abrazo de la mar”. En esta sencillez que emociona se encuentra la creatividad poética de Basallote. La natural fruición de la naturaleza en la natural sencillez, he ahí la elemental catarsis que comunica nuestro ser con el paisaje y la naturaleza, y emerge la belleza.

Cuando comenzamos a leer un libro, y más si es de poesía, buscamos de inmediato la atracción de lo extraordinario, un algo de más que resulte raro o extraño, al oído o en la sintaxis. Piensa el lector e incluso el crítico y el autor como autor, que la extrañeza, la rareza, configuran la originalidad de los que leemos. Así, en lo expresivo o representativo, en lo sensible o material, queremos hallar lo extraordinario, la rareza. En la simbología extraña, en la elaboración de ideas o sintaxis, en las palabras que se eligen y entrelazan. Si no hay rareza, no hay originalidad. No lo intentéis con Basallote, que su originalidad surge de inteligir la naturaleza con un lenguaje sencillo “la memoria es luz/ en esta puerta de Purchena/ donde el aroma de la tarde/ es tiempo revivido…” o “la misma espuma/ del sol en los castillos del viento;” : conjuga mar, sol, arena y viento, en los castillos, fusionando lenguaje y naturaleza, con originalidad que no necesita extrañeza.

Busca Basallote atrapar la armonía que expresa la naturaleza, esa armonía que se encuentra en la relación de la partes, y que él traspasa a su lenguaje, a sus poemas, y utilizando el contraste en la metáfora “bebe el agua de las clepsidras/ y sigue el ritmo de la sangre”, “la vega es fuego/ de llamas verdes”. Es curioso, que a través de la armonía y el contraste, se llegue a expresar y atrapar, la unidad de la naturaleza y el lenguaje. De esta manera, consigue el poeta que nos asombremos de la realidad que el poeta nos ha hecho observar, que deja de ser al de su Vejer natal, la del sur soleado, y se convierte en nuestra propia mundanidad. Si la poesía quiere sublimar la realidad, distinguirla y realzar, pero también evaporarla y volatilizarla, ennoblecerla al disiparla, la poesía de Basallote lo consigue “Un resplandor/ viste de luz las cosas,/ entre lo oscuro/ su palpitar/ es alegre lascivia/ como preludio/ adivinado/ de su cumplida gloria”.

Al ir leyendo, es evidente que nuestro poeta busca la expresión de la belleza apolínea, la belleza de la rectitud, del sol y de la luz, de la unidad. Sin embargo, la embriaguez que nos inunda, proviene de la junción de la naturaleza y lenguaje, y se la da el lenguaje mismo. Este lenguaje se implica con la naturaleza y la convierte en un puro reino onírico. El lenguaje de la claridad, de la sencillez, que impregna la armonía de la naturaleza con la embriaguez narcótica de la individualización.

Este lenguaje de la emoción, tan sencillo y puro, que la disipa, tan claro, que la honra, es el que nos reconcilia con la naturaleza.

3/15/2008


A FERMIN HEREDERO, por su libro “ALACENA DE TU PRENDA”. Rialla Editores, Valencia, 2000



Ya lo dijo el poeta: la hay que com - partir, porque la realidad se disimula así misma de triste manera; la hay que intervenir porque la realidad comparece siempre tal que se semeja impropia – y hasta cuando se asimila como la mía, me la arrebatan los demás.

¿Intentar hacer versos alegres – de la esperanza o de la pulcritud y de la esterilidad ante el blanco papel?– comparece la pregunta tan irreal, tan irracional, como la pretensión de que la poesía sea pura o perfecta (la única manera en que la entiendo, debo abrirle los brazos y acostarla a mi lado, compartiéndola en la obscenidad de una lectura con alguien que desnuda su alma, qué terrible acaecer como sarnoso amante compartido: y portar al poeta) y sólo así permitir la entrada en mi casa (donde ni siquiera una palabra mía es una palabra tuya o es una palabra nuestra) a un verso.

En cada mirada un verso: como aquellos pobres amantes que tanto les daba el buen coito como un pulcro soneto y se lanzaban desde las tapias enredados en sus sexos o en sus sonetos – al caso, lo mismo sea y con tanto amor podamos construir un próximo verso o un próximo coito, por si el acaso rutinario, y acontezca cual semejante el divertido di – verso o bi - verso.

¿Entiendes ya porque no se pueden hacer poemas de la alegría, con alborozo, a la jovialidad? Respuesta: porque tras el coito adviene la tristeza. El hombre es el único animal que entristece tras el coito – y algunos de ellos fuman cigarrillos para matarla y quienes escriben poemas (penados, por supuesto) para apesadumbrarse con la tristeza y recordar el coito y el soneto, para atrapar la tristeza en las propias redes de lo incierto, pongamos por caso, lo que hay en ella de mí, este pobre yo.

El coito y el soneto, tales armas para atrapar la tristeza, y quizá un lamento que siempre provoco para admirarte y concienciarme de que es posible el verso, tal que pellizco que nos abre los ojos a un espacio diferente y siempre ya más cuajado por la tribulación.

El penúltimo verso: lo escribe un poeta amigo adicto a todo, que no halla el verso ni el poema ni la perfección ni el coito y se abre las venas e inscribe en el frío mármol un postrero R.I.P. – y es probable que esto nadie lo denomine bajo el rótulo de tristeza: oh! Sí, Dioses y Diosas de la vida.

2/25/2008

Hermanos en la urdimbre
En la última edición de “Con voz propia”, preguntaba el amigo Ricardo Ruiz si la poesía tenía lugar, es decir, si había poesía de aquí y allá y acullá.
En ese momento, la pregunta me tomó in albis (país cercano a la poesía) y respondí cualquier barrabás – ada (líbrele el cielo que no yo) de la que además te sientes satisfecho de ego – latra (que es enfermedad de poetas y políticos).
No dejé de personarme en la puñetera pregunta y ya de manera ultórcrata, cuando llega a las manos el buen artículo en “El Adelantado” de Segovia de quien me adelanta a la respuesta, el gran amigo Apuleyo Soto (poeta versado y barbado, como Valle y niño que juega a las palabras “pa que abras” a la vida y el humor como Quevedo), Apuleyo sin más para los amigos e imberbes (como yo mismo, no por poeta y sí por imberbe y Francisco Puch), que dice que la poesía es “los amigos umbilicales”. Y cómo me gana esta maravillosa, preciosa, precisa, porque hace referencia al ombligo, a la unión y alimento, al punto medio (¿también al Aristotélico?), a los manuscritos, a la conclusión, y, además, al sol y sus cuadrantes estelares.
Pero quizá me gana más, querido Apuleyo, porque me retrotrae a otra palabra que degusto siempre “urdidumbre”, palabra que traduce la platónica “Symploké” en la que se encontraban las ideas. Y es que los poetas también están en Symploké, interunidos, intertejidos, entretejidos, entreverados (adivinos del desorden, sospechosos del caos), entremetidos y entremezclados, siempre relacionados, interrelacionados y siempre en la necesidad de expresar dicha relación.
Pero dudo que la tal urdimbre constituya una patria, más bien, como dice Osés, una fatría (y cabe Fermín, Jorge, Oscar, Heliodoro, Eliseo, Pedro, Juan C., Bouza, Bernardo, Alberto y hasta los que se autoexcluyen a la últimidad por divinos) y como quiere Octavio Uña, de comunicación.
Gracias a Apuleyo, dadas le sean, le respondo a Ricardo Ruíz que la poesía es la fatria de los hermanastros en urdimbre y ese es su lugar, su único lugar
Lo demás, poesía hispánica, gallega o comanche son sólo desafortunadas expresiones de la nostalgia del tradicionalismo y hasta propias del psicoanálisis cultural.